lunes, octubre 31, 2005

Las Pesadeces


Las pesadeces, cuando uno mismo es la víctima, siempre molestan y causan desagrado. A veces, porque ellas no se ajustan a la verdad y, en otras ocasiones, precisamente porque son un fiel reflejo de la realidad y generan el dolor de saber que en ese juicio se manifiesta algo indesmentible. Por ejemplo, la constatación de un grave defecto o de un hábito que nos perjudica, que socava la relación con los demás, que impide que las aguas del carácter fluyan con la fuerza necesaria.
En el fondo, el enojo ante una pesadez no es más que una inconformidad consigo mismo, un cierto rechazo hacia una parte de nuestro ser, una rebeldía por aquellos aspectos más intolerables y visibles que se despliegan en nosotros.
También es cierto que las impertinencias de los demás son una forma de probar el propio temple y de fortalecerlo. Al mismo tiempo, posibilitan agudizar la ironía y enseñan a estar más alertas ante eventuales agresiones verbales.
Hay personas cargantes, cuyo lengua es un puñal y de quienes nunca se espera un gesto simpático o un comentario afectuoso. Evidentemente, no resultan gratas, aunque en algunos momentos su pesadez, de manera paradójica, puede convertirse en una forma de simpatía, cuando ella descoloca con ligereza y sin mala intención.

1 Comments:

Blogger elpancho said...

Dé nombres...

11:37 a. m.  

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