viernes, noviembre 11, 2005

¿Imprudente?

La prudencia es una virtud moral, y por cierto cardinal, es decir, eje de las demás virtudes. Ni siquiera la mayor de todas, que es la caridad, puede prescindir de ella. Los antiguos decían que la prudencia es el cochero, el conductor de las demás virtudes: de entre los diferentes caminos, él escoge con sagacidad el que le parece más conducente para llegar a tiempo y con seguridad.No es hoy, la prudencia, una virtud que se cotice al alza. Se la suele motejar como una vieja fea, rica, solterona, fome y cortejada por la impotencia. Para los jóvenes no es más que una coartada justificante del miedo al compromiso. En el subconsciente colectivo está asociada con la lentitud, la prórroga indefinida de decisiones y el horror a hacer cualquier cosa que provoque contradicción o escándalo.Por contraste, la Biblia abunda en elogios superlativos para la prudencia, sinónimo de sabiduría .Destaca su máxima belleza y vital necesidad. La vida feliz y eterna no puede alcanzarse sin la prudencia, como lo enseña la parábola de las vírgenes necias. Jesús tuvo palabras de admirativa alabanza y llamó a imitar el ejemplo de prudencia de ese administrador que, notificado de despido, se sentó a negociar con los deudores e instrumentó un convenio de pagos en que todos salieron ganando. A sus apóstoles les recomendó ser sencillos como las palomas y prudentes como la serpiente.. Su madre dictó cátedra de prudencia en la escena de la Anunciación y en su manejo de contingencia en las bodas de Caná : “hagan lo que El les diga”.Aristóteles la definió como la recta razón de lo que se debe o puede hacer : virtud anclada en el entendimiento práctico. Para Agustín, es el amor que investiga y con sagacidad elige lo que más conviene al amor. En menos palabras, la prudencia es el amor inteligente. No le toca a ella elegir entre el bien y el mal moral ( para eso está cada una de las demás virtudes) sino entre bienes o males de distinta ponderación. De ahí sus tres conocidas instancias : ver – juzgar- actuar.Tomás de Aquino recopiló en ocho las partes o momentos que integran una decisión prudencial. Se comienza enfrentando la realidad: qué tenemos, de qué se trata, qué principios están involucrados en esta decisión. Luego se hace un raciocinio, aplicando ese principio a los hechos actuales. Se apela a la memoria de situaciones análogas. Si no las hay, se pide con docilidad el consejo de expertos. En seguida se proyectan los escenarios previsibles, según sea la decisión, y se adoptan las precauciones para aminorar los efectos negativos. Antes de actuar, se consideran atentamente todas las circunstancias : qué, quién, cuándo, cómo, dónde, a qué precio. El fiel de la balanza queda fijado por la estimativa natural, la sagacidad o intuición del que siente, tras los siete pasos señalados, “¡esto es lo que hay que hacer, y lo haré!”.En esos parámetros, las decisiones que toma la prudencia no pueden ser infalibles, ya que la mayoría de sus presupuestos tiene más que ver con lo contingente que con lo necesario. Su corrección moral dependerá de las intenciones del sujeto y de los medios que emplee. Estudiar, prever y disponer todo acuciosamente para cometer un homicidio, una violación, una estafa no es señal de prudencia, sino de criminal astucia. Esbozar, con ingenio creativo, con rigurosa fidelidad a los hechos y al derecho y con intuitivo sentido de la oportunidad una estrategia para posicionarse legítimamente en el mundo del saber, del hacer y del poder, sí merece crédito a la prudencia de su artífice.El disgusto de nuestro canciller por el inesperado viaje de Fujimori no lo autoriza a calificarlo de “imprudente”.