viernes, diciembre 16, 2005

Progresismo

“Por aquellos días salió un edicto de César Augusto, ordenando que se empadronase todo el mundo. Iban todos a empadronarse, cada uno a su ciudad.” Así leeremos y escucharemos en las Misas de Nochebuena. Nuestro sistema de votación no difiere sustancialmente de los procedimientos de registro y control del César imperial, en Palestina.

Hoy, en Chile, un ciudadano común y corriente cobra su cheque en cualquier sucursal del banco que extendió el documento. Con su tarjeta electrónica o mediante Internet administra su patrimonio las 24 horas del día y dondequiera que se encuentre. Pero 8 millones de chilenos son obligados por ley y bajo amenaza de castigo a sufragar dentro de exclusivas 8 horas y exclusivamente en ese lugar en que cada uno está empadronado. El sistema financiero le reconoce máxima confiabilidad a la gestión computacional. El sistema político sigue creyendo sólo en el control visual-manual-presencial, a esa hora y en ese lugar.

“Subió también José desde Galilea, de la ciudad de Nazareth, a Judea, a la ciudad de Belén, para empadronarse con María, su esposa, que estaba encinta”. Para el César no había excusa: todos debían cumplir su deber de registrarse en su lugar de nacimiento. Entre Nazareth y Belén hay más de 100 kilómetros : 3 días de ruta, por caminos de piedra y polvo y surcados de peligro. 9 meses de embarazo tampoco eximen de la orden imperial. Ella deberá cumplirse en una ciudad muy pequeña, que albergará a miles de forzados peregrinos sin contar con la hotelería apropiada. El escenario del parto será una cueva que sirve de comedero de animales . A los que mandan desde arriba poco les importa la extenuación, la angustia y la impotencia de los que no tienen más remedio que acatar desde abajo. El sistema electoral chileno se diferencia de los empadronamientos imperiales en que al menos no obliga a registrarse si uno se encuentra a más de 200 kilómetros del exclusivo lugar en que su votación será creible.

En lo demás, en la exquisita crueldad para forzar un cumplimiento en lugares atochados, tras horas de incierta espera y mortífera temperatura, a merced de improvisados funcionarios reclutados al más puro estilo del Cireneo, nuestra institucionalidad sufragante sigue exhibiendo un inmovilismo y retraso bimilenarios. Sólo es superada por nuestra progresista institucionalidad del matrimonio civil, que a través del repudio unilateral del otro cónyuge “porque ya dejó de gustarme” retrotrae el derecho y cultura del matrimonio a dos mil setecientos años antes de Cristo.

“Nacido Jesús en Belén de Judea, el rey Herodes se turbó y con él toda Jerusalén. Y envió a matar a todos los niños de Belén y de toda su comarca, de dos años para abajo”. Nuestros partidos y sensibilidades progresistas no descansarán ni descansan en su programático afán de garantizar por ley el derecho de “disponer” libremente de la vida ya concebida, subordinándola al arbitrio de la gestante. El interés o valor pecuniario, sicológico, ideológico o político de los adultos tendría supremacía sobre el interés o valor de preservar intangible cada una de estas vidas mínimas. Como antes, esta industria mortal se maquilla bajo herodianas alegaciones de velar por el bien superior de la nación. Y los que en nombre de su jurado humanismo cristiano se resisten a cooperar con su voto al triunfo de un programa que prioriza la libertad por sobre la vida, son expulsados, sin ser oidos, de un partido que se fundó para testimoniar el humanismo cristiano.