Viajes y Hoteles

Viajero, errabundo, vagabundo, caminante, andarín, no importa cuál sea el término, es claro que vivimos una vida muy rápida, similar a una marcha que pronto acaba.
Casi siempre hay algo de precariedad en las posadas, en los albergues, en aquellos lugares en que estamos parcialmente, de paso, rozando apenas un suspiro de nuestra existencia, en los que no se debe quedar más que como un hombre cuyo andar no se apega a la tierra pisada, cuyos zapatos carcomidos por tanto caminar no se detienen en sectores que nada añaden a la biografía personal.
Hospedarse en un hotel es hacerlo con la disposición de que en ese rincón nunca nos arraigaremos. No hay raíces en una rama que se ha desprendido de su árbol. No es posible identificarse íntimamente con aquella habitación que no es nuestra, sino de tantos visitantes ocasionales y diversos. En nuestro hogar, somos; en un hotel, estamos. He allí una diferencia radical y decisiva.
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