lunes, noviembre 14, 2005

El Grito de los Marginados


Francia, la patria de la Fraternidad, la Igualdad y la Libertad, ha sido sobresaltada en los últimos días por la furia desatada en los barrios periféricos de París por miles de jóvenes franceses, algunos hijos de inmigrantes y otros autóctonos, que se han unido para convertir sus propios barrios en un campo de batalla. Una combinación de múltiples factores incubó una dramática situación que estaba de años en las barriadas, pero ignorada por las autoridades, y que esperó un detonante para que estallara una profunda crisis que puede incluso extenderse por otras naciones europeas.
Sin reivindicaciones claras, sin ideología, sin líderes y sin propuestas, los jóvenes que protagonizan la ola de violencia que estremece a Francia tienen un solo punto en común: el rechazo del modelo social francés. Este estallido de pasiones sanciona el fracaso del modelo de integración aplicado por este país desde la Revolución Francesa y, particularmente, durante el último medio siglo. La sociedad francesa se encuentra en una fase de desintegración, marcada simultáneamente por el rechazo de todo lo que viene del exterior y por un repliegue comunitario por parte de las minoríasEsta explosión de violencia es la prueba de que el modelo francés de integración no ha sido capaz de funcionar ante la diversidad.
En el siglo XIX y hasta la década de 1950, el marco de aquel modelo era la república única e indivisible. Ese modelo preconizaba la supresión de toda especificidad étnica: en esa época, los italianos, españoles o portugueses llegaban y en una generación olvidaban su lengua, su cultura y sus diferencias para adaptarse al molde de la sociedad francesa. En otras palabras, más que un modelo de integración, Francia aplicó siempre un modelo de asimilación. Pero las cosas han cambiado. Ese modelo está saturado.
En nuestra época posmoderna, la realidad pasa ahora por el ajuste de elementos diferentes. Francia no ha sido capaz de aceptarlo y de hacer ese patchwork de integrar las especificidades musulmanas, africanas y otras. Cuando esto sucede, el sistema se vuelve perverso y termina por estallar, como en efecto ha ocurrido, con un grave precedente, se puede extender por otras naciones europeas, que viven la misma situación. Francia está pagando décadas de inacción política. La exclusión de las nuevas generaciones de inmigrantes es tan grande, que Francia tiene muy pocos médicos, abogados o funcionarios de origen árabe o africano y es más difícil aún encontrar sindicalistas, empresarios, diputados o ministros. Sin la inmigración Francia sería hoy un país de 40 millones de habitantes, cada vez más viejo, con un nivel de vida más bajo que el que tiene actualmente. Por eso es que el problema de la inmigración no puede estar limitado a la mera dimensión de integración. Se trata de una cuestión crucial de supervivencia.
Ver integralmente el problema y tomar medidas en la dirección de aceptar esta realidad es lo que atajará un mayor sismo, por lo pronto es un grito de los marginados.