viernes, diciembre 15, 2006

Götterdammerung


Sería tan fácil caer en lugares comunes e intentar hacer apologías desde uno u otro bando.

Sería inútil tomar partido, añorando todo tiempo pasado o haciendo leña del árbol caído.

Sería impropio y de mal gusto celebrar cuando una familia sufre, o callar de impotencia cuando otras atravesaron también por el dolor hace ya treinta años.

Sería falto de tino enaltecer en demasía a un ser como nosotros, polvo del polvo, tierra de la tierra, frágil como TODOS: humano, defectible, lleno de luces y de sombras.

Sería poco feliz llenarnos la boca de encendidos discursos, y tratar de explicar, como jóvenes apasionados que fuimos (o que somos) apenas una parte de lo sucedido: Intentar atrapar lo inasible, o explicar paradójicamente lo inexplicable: el silencio.

Vislumbrar apenas aquello que no vemos, aquello que no vivimos en carne propia, o aquello que interpretamos desde nuestro prisma desajustado de niño: esa eterna pieza de puzzle que siempre habrá de faltar.

Mientras las pantallas del mundo entero se disputan la noticia, mientras los diarios del planeta cambian a la carrera sus portadas e imaginan cuantos ejemplares más podrán vender, mientras Chile vuelve a estar por un par de días en boca de todos…un hombre yace en silencio, en un profundo silencio, si pareciera que diurmiera en el ataud que tuve por suerte ver.

Es un silencio ininteligible, un silencio lleno de eternidad.

Mientras eso sucede, algún oportunista tratará de vestirse de nuevo el traje de líder fiel que llevaba “in ilo tempore”. Su oponente, a su vez, tratará de reverdecer sus escarapelas de guerrillero, azuzando a las huestes de plaza Italia con una desabrida botella de champán en la mano y una arenga anacrónica en los labios. Unos y otros se llenarán la boca de pomposas palabras. Pero sabemos que los ríos más profundos son siempre los más silenciosos.Mientras ellos gritan, mientras la verborrea se impone y los insultos se suceden, mientras se exacerba la tensión y las ya casi olvidadazas diferencias vuelven a polarizarnos…un hombre descansa en silencio, en un profundo silencio.

Un silencio que se transforma en el espacio donde las cosas pueden ser reinterpretadas. Un silencio que es desafío y llamada al mismo tiempo. Una invitación sutil y velada a la espera, al recogimiento, a la apertura, a lo eterno.Ciertamente esa quietud deja atrás y supera la banalización de lo perenne, la farandulización en vivo del dolor, y nos invita a postergar la discusión valórica, política e ideológica, para un momento mejor: el momento apropiado, cuando estemos ya todos sentados a la mesa, cuando los ánimos se calmen y el tibio pan amasado de mano en mano sean el signo de la comunión recobrada entre hermanos.Un hombre yace en medio de todos en silencio, en un profundo silencio.Los pobres, los niños, los ancianos conocen muy bien ese lenguaje.Entonces callemos.Dejemos que ese silencio nos hable.Dejemos que el silencio nos cuente a cada uno su propia historia: una historia que no termina en esta tierra…una historia que es un “disparo a la eternidad”.

"Sabemos que los ríos más
profundos son siempre los
más silenciosos.

Mientras ellos gritan, mientras la
verborrea se impone y los insultos se
suceden, mientras se exacerba la
tensión y las ya casi olvidadazas
diferencias vuelven a polarizarnos…
un hombre descansa en silencio, en
un profundo silencio.

Un silencio que se transforma en el
espacio donde las cosas pueden ser
reinterpretadas. Un silencio que es
desafío y llamada al mismo tiempo".