viernes, abril 28, 2006

Ausencia de la cortesía


Lamentablemente, la mala educación abunda en Chile. Esto es fácil de percibir en innumerables sitios. Personas que hablan a gritos y a garabatos, celulares que suenan en todas partes, incluso en los lugares donde debe reinar el silencio, individuos que usan el piso del metro para sentarse sin pudor, estudiantes que entran a las salas de clases con audífonos, con gorros que cubren el rostro o con anteojos oscuros.

Es la nueva moda de la conducta, que habla, por cierto, de un primitivismo bastante acentuado. Bien decía un profesor chileno, tras más de cuatro décadas de vivir fuera de nuestro país: "Al volver a Chile, hay que superar una primera capa de visible mala educación".
Queda poca cortesía en nuestra sociedad. Esto es espejo de una ignorancia ambiental respecto de cómo comportarse en espacios públicos y privados. Es la carencia del conocimiento gestual, la incapacidad de reconocer la importancia de los gestos.
Éstos manifiestan un simbolismo, porque reflejan hábitos, porque son testimonios de una actitud interna del ser humano, de su disposición anímica ante el mundo y frente a los demás.

Pese a las excepciones y advertencias, Chile se ha vulgarizado sin remedio y, en realidad, la decadencia de algunas costumbres impide ser muy optimista. ¿Cómo recuperar la educación perdida? Es la respuesta que uno quisiera conocer, para comenzar a aplicarla de inmediato.

miércoles, abril 05, 2006

Perdón


Hay tres palabras básicas para orientarse y expedirse en un país desconocido, cuyo idioma no se maneja. Ellas son "Sí", "Gracias" y "Perdón". Tienen en común la humildad, la delicadeza y el anudamiento de un vínculo positivo con el interlocutor. Conforman, además, un triángulo indisociable : cada una de estas palabras contiene, presupone y exige la coherente articulación de las dos restantes.
El que sean indispensables para darse a entender en país extraño no excluye su vital necesidad para comunicarse y vivir bien en el propio. La pertinaz obstinación por resaltar los aspectos negativos de las personas y de los acontecimientos suele atrofiar, por desuso, la capacidad de reconocer los bienes recibidos y termina generando el insaludable síndrome del acreedor nunca satisfecho. Personalidades asertivas, agradecidas y compasivas aportan el sustrato mínimo exigible para que la convivencia sea humana. El déficit del Sí, del Gracias y del Perdón es sinónimo y causal de distanciamiento, desgarramiento y perpetua odiosidad.
En especial el déficit del Perdón. Como su etimología lo sugiere, es un don perfecto. El que perdona, dona lo máximo que podría y lo dona en modo total y definitivo. Es, el suyo, un acto de misericordia y por tanto de amor, portador de los rasgos que cualifican el amor divino : gratuidad, pura benevolencia, suprema alegría de dar sin medida. Como todo lo que es divino, el acto de perdón sólo suscita vida y regocijo : hace vivir y alegrarse al que recibe el perdón, y eleva, al que perdona, a la categoría del Dios rico en misericordia. Es, el perdón, un acto de fuerza o potencia, sólo comparable con la potencia divina que creó el universo. Aun lo supera, porque si para crear el mundo y a los ángeles se necesitó la omnipotencia de Dios, para perdonar a un pecador se requiere misericordia. El acto de perdonar es la máxima expresión de la potencia divina y humana. Es, por último, el perdón un acto de justicia. La justicia divina da a todo hombre lo que es suyo, y al "suyo" de cada hombre pertenece su parte de miseria que interpela y atrae como imán la divina misericordia. También entre los hombres subsiste una sola deuda: amarse y por ello perdonarse. Quien hoy es juez o acreedor de su hermano será probablemente mañana su deudor o reo en la misma causa. La disposición a perdonar juega a favor del mismo que perdona : será un día medido con la misma vara con que midió.
Perdonar es un acto de libertad y liberación. Quien mantiene su firme voluntad de cancelar los agravios sufridos revela y afianza con ello su señorío sobre sus pasiones. Más que liberar al otro del agobio de la deuda insoluta, se alivia a sí mismo, recuperando su amenazada vocación de ver al otro como su otro yo. Los fantasmas del pasado, que lo mantenían en cadena y en ascuas perpetuas, son desalojados del corazón. Ya puede su mente volver a soñar proyectos y caminos de paz. La cancelación, perpetua e irrevocable, de las facturas siempre enrostrables emerge como la única superación del circuito perverso del odio y de la venganza, con frecuencia maquillados de amor a la justicia.
El perdón, personal y social, es el acto y actitud más conforme a la naturaleza del hombre y de Dios. Su negación lleva la huella dactilar del enemigo de ambos.