jueves, febrero 22, 2007

Extrañar al otro



Uno de los elementos que confirman nuestro amor a alguien es, precisamente, el extrañarlo, el sentir con pesar su transitoria ausencia; el faltarnos su rostro, su mirada, su voz, sus gestos, sus alegrías e,incluso, sus enojos; en fin, todo lo que cotidianamente vivimos juntos y no queremos que desaparezca.

Cuando un hombre echa de menos a una mujer, suele volverse más melancólico y retraído. Cuando una mujer extraña a un hombre, suele estar más vulnerable e inquieta. Ambos deseamos la presencia del otro con acentos anímicos diferentes, con sentimientos que, sin embargo, ahondan en la misma tristeza o pequeña pena de no estar, aunque sea momentáneamente, con aquel a quien se ama.

Cualquier viaje, cuando separa y aleja, suele ser un espacio en el que el alma está más sensible a la ausencia y añora, más temprano que tarde, el retorno al propio hogar, el regreso hacia la intimidad de la que nos hemos distanciado por un breve tiempo y que configura el ritmo habitual de nuestra existencia.

Mientras no es posible esta vuelta, es necesario, para bien de uno mismo, intentar distraer el espíritu sin dejar de pensar en la persona amada, para que así el tiempo transcurra más rápido y la espera, entonces, sea menos impaciente y más gozosa, ya que así la alegría anticipa el anhelado reencuentro

martes, febrero 06, 2007

¡El Estado ha muerto!

Un fantasma recorre Latinoamérica: el fantasma del socialismo. Y se trata de su versión más nefasta, esa que luego del derrumbe de la URSS se creía desparecida. Pues bien, una vez más se comprueba que en Latinoamérica, el continente del realismo mágico, todo es posible. Véanse los casos de Ecuador, Nicaragua y Bolivia donde nuevos gobiernos programan asambleas constituyentes “refundacionales” cuyo objetivo real es la mantención indefinida del poder sin contrapesos – en Venezuela ya se logró- sobre la base de una retórica que recuerda el delirio político más afiebrado de la década de los sesenta y setenta.

Mientras tanto en Chile nuestra presidenta nos da lecciones contra- históricas. “Hay que creer en el Estado” nos dice. ¡Será posible que aún no se haya enterado de que el Estado ha muerto! Así es, ese mundo metafísico donde producto de una iluminación superior el Estado tenía la solución a todos los problemas hace tiempo quedó reducido cenizas. La historia se encargó de aniquilarlo y la ciencia económica de sepultarlo.

Al Estado no cabe atribuirle funciones celestiales como el bienestar universal, la felicidad humana, el hombre nuevo y tantos otros ideales cuya prosecución justificaron el exterminio, la deportación, la expropiación y la miseria más extrema.

Su función debe reducirse subsidiariamente a la mantención de ciertas estructuras básicas que hagan posible la vida en sociedad. Incluso los europeos lo están aceptando. Por eso están desarticulando paulatinamente la fórmula del bienestar mientras sutilmente preparan a sus ciudadanos para darles la trágica noticia: el Estado – el dios del socialismo- no puede garantizar el bienestar de la cuna a la tumba. Esto significa, en lenguaje nietzscheano, que el Estado como ideal, ha muerto.

Algunas pruebas de ello son el anuncio del aumento en la edad de jubilación para Francia, Alemania, Dinamarca y posiblemente Italia - algo que nuestra presidenta rechazó de plano cuando le contaron las propuestas de la comisión Marcel-, la reducción de impuestos en Alemania, la acalorada discusión sobre flexibilidad laboral en Francia y el fin de la educación superior gratuita en prácticamente toda Europa.En nuestro país por el contrario, siguiendo el realismo mágico o mejor dicho el socialismo mágico, se nos insiste en el mito del Estado. Se nos habla de solidaridad e igualdad en un discurso plagado de falacias y no de libertad y responsabilidad individual que son los motores del desarrollo.

Pero quizás lo más grave es que la oposición ha asistido con una complicidad sospechosa al renacer de esta mitología. A muchos no les haría mal recordar las sabias palabras de Benedicto XVI en su primera encíclica: “Lo que hace falta no es un Estado que lo regule y domine todo, sino que generosamente reconozca y apoye, de acuerdo con el principio de subsidiariedad, las iniciativas que surgen de las diversas fuerzas sociales..”La subsidiariedad; he aquí la sentencia de muerte que despojó al Estado de toda connotación idealista. Mejor no olvidarla, de lo contrario el fantasma podría llegar a penarnos como a nuestros vecinos, y entonces ya no podremos dormir tranquilos.